Francisco Ferrer Guardia



Ferrer Guardia nació el 14 de enero de 1859 en Alella (Maresme, Barcelona). Sus padres, Jaume Ferrer y María Angels Guardia, eran campesinos acomodados propietarios del Mas Boter (coma clara) y de los terrenos colidantes. Miembro de una familia católica y monárquica, estudio en la escuela municipal de Alella y, posteriormente, en la de la localidad próxima de teia. La influencia clerical en la familia provoco, al parecer, la insumisión de francés y de su hermano Josep. Ferrer tiene catorce años cuando se traslada a la localidad de sant martí de provencals, colidante con Barcelona, donde trabaja en la tienda de un negociante de harina. Posteriormente, trabaja de revisor de la compañía ferroviaria del trayecto de Barcelona a Francia.
Tras el fracaso del alzamiento del general Villacampa toma el camino del exilio a parís donde prosigue su carrera – ya iniciada en Cataluña dentro de la masonería (gran oriente de Francia) y se va formando en contacto con intelectuales, artistas y activistas de izquierdas, ganándose el sustento como profesor d español.
Una alumna y amiga, Ernestine Meunie, cede al morir buena parte de su cuantiosa herencia para que Francisco Ferrer la emplee en lograr su filantrópico propósito de crear una institución escolar “moderna”.





Ferrer vuelve a Barcelona con la idea de crear escuelas “racionales y científicas”. A tal efecto promueve un patronato escolar y en agosto de 1901 inaugura en la calle bailen, en pleno Ensanche barcelonés, la primera Escuela Moderna. Simultáneamente, publica una revista pedagógica propia, el llamado boletín de la escuela moderna y, sobre todo, impulsa una impresionante labor editorial estrechamente vinculada a la vida escolar del centro. También patrocina y dirige la huelga general, periódico anarquista.
Publica libros de ciencias naturales del profesor Odón de buen y se propone un verdadero y ambicioso plan de publicaciones de divulgación científica y, también, de formación de militantes obreros y sindicalistas.

Al encarcelamiento de Ferrer en 1906, tras el intento de Mateo Morral de regicidio, en el cual el gobierno monárquico y los sectores conservadores trataron infructuosamente de implicar a Ferrer, sobrevino el cierre de la escuela moderna (como centro de enseñanza, que no como casa editorial). Tal gesto de represión suscito movimientos de solidaridad dentro y fuera de las fronteras españolas. Al cabo de un año de prisión en Madrid, Ferrer fue declarado inocente por falta de pruebas.
Desaparecido Ferrer, la herencia de la editorial paso al profesor L. Portet, quien desgraciadamente para la continuidad de los designios editoriales del fundador de la escuela moderna, murió en 1917. Ferrer no fue pensador del calado de un bakunin, kroputicin o Robin, pero supo recoger lo esencial del proyecto pedagógico de la izquierda librepensadora y libertaria de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.




Consideraba la educación popular como un problema político crucial, dado que las clases dirigentes han ido comprendiendo progresivamente que la clave de su poder hegemónico está en el control de la escuela. Ferrer apuesta por una enseñanza calificada de científica y racional.
Ferrer opone la razón natural – la que se deduce de las verdaderas necesidades humanas – a la razón artificial del capital y de la burguesía. La razón artificial aplicada a la pedagogía propicia la alineación y la sumisión. Frente a la violencia fisica y mental hay que reivindicar la ausencia de premios y castigos en la escuela, así como la supresión de exámenes y concursos.
Ferrer apuesta por una educación en régimen de coeducación de clases sociales, donde ricos y pobres, puestos unos con otros en contacto en la inocente igualdad de la infancia, alcanzaran el supremo objetivo de una escuela buena, necesaria y reparadora.
Ferrer rechazo la enseñanza en catalon por motivos claramente ideológicos, no porque no supieran distinguir entre un catalanismo progresista y un nacionalismo conservador, si no simplemente por considerar que el uso pedagógico de la lengua materna constituiría un empequeñecimiento de la idea humana. 

Ferrer quiso que su escuela fuera exactamente esto: un modelo. Un modelo que ofreciera una norma aplicable a todo tipo de escuelas de patronato, de sociedades particulares de composición popular y de sindicatos.



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